domingo, 17 de junio de 2012

Duelo de máscaras/El espaciano (Rubén Mesías Cornejo)

Desde el norte del Perú, la imaginación de Rubén Mesías Cornejo nos ofrece dos ficciones en torno a dos de las temáticas más inquietantes de la ciencia ficción: los extraterrestres y los monstruos, que a veces son la misma cosa. De pasada, nos recuerda que, a veces, aquellos a quienes creemos conocer no son otra cosa que impostores, pero lo son por las cualidades y defectos que nosotros mismos les atribuimos. Somos nosotros quienes, en última instancia, creamos a nuestros propios monstruos. (Daniel Salvo)


Duelo de máscaras


El espía ingreso al restaurante con evidente disimulo, y se dirigió con apuro hacia el área ocupada por las mesas para dar con una que estuviera vacía. En el acto , el androide que atendía a los comensales rodó hacia él, dándole la bienvenida en todos los idiomas oficiales del planeta, antes de preguntarle que deseaba pedir, sin embargo el nuevo comensal estaba con la mente ocupada en otras cosas, y no le contestó inmediatamente.

De momento había conseguido burlar la persecución del agente que había logrado detectar su presencia en la Tierra; como era de rigor, el espía había procurado mantener un perfil bajo mientras estuviera dedicado a reconocer los puntos vulnerables de este planeta, preparando el terreno para los intrusos que vendrían después; súbitamente recordó que el androide estaba esperando su respuesta, así que procedió a sondear profundamente la mente del ser cuyo cuerpo había usurpado, en busca de la respuesta que precisaba para salir del paso.

Iba a responder cuando la aparición de una aborigen le distrajo, la chica andaba como si anduviera buscando algo, pues miraba a todos lados examinando minuciosamente los rostros de todos los comensales presentes, de pronto se detuvo, y ocupo una de las mesas cercanas a la que el había escogido.

La muchacha aparentaba ser muy joven, pues su rostro todavía conservaba cierta frescura infantil; pero usaba unas peculiares gafas oscuras que le conferían un aire misterioso a su pálido semblante que hacia juego con su cabello suelto. En ese momento, al espía concibió la sospecha de que el agente que venía persiguiéndolo, bien podría ser esta chica aparentemente inofensiva.

Esa idea hizo que su miedo a ser descubierto aumentara considerablemente, al grado de olvidar la respuesta que había pensado dar al androide. Ahora sus pensamientos, y su mirada estaban enfocados en ella, y en lo que podría hacer en su contra. Brillantes gotas de sudor empezaron a recorrer su rostro mientras procuraba concentrarse para sondear aquella mente presuntamente enemiga.

Haciendo esto descubrió que realmente estaba en peligro, pues aquella chica poseía la capacidad de alterar su morfología cuando así lo quisiera, pero lo peor de todo no era haber descubierto esto, sino que la chica había empezado a transformarse en una bestia realmente terrible.

Entonces, todos los comensales oyeron un rugido bestial seguido de un grito de pánico que heló la sangre de quienes lo escucharon. Un segundo después, el espía yacio sobre el suelo con el cuello destrozado a dentelladas de aquel licántropo encargado de la custodia de la Tierra.

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El Espaciano



Ephila conoció a Zoltan, allá arriba en una zona de esparcimiento selenita. Hicieron el amor con suprema pasión, y ella quedo tan fascinada con su vigor amatorio que pactaron volverse a encontrar cuando ella necesitara la atención de un amante tan excepcional.

Sin embargo, cuando Ephila retorno a la Tierra no pudo evitar que el recuerdo de Zoltan se impusiera sobre todo lo que hacía, y su actitud hacia el resto de hombres cambio, y casi sin darse cuenta, empezó a darle la espalda a todos los contactos que tenía a través de la Red, pese a saber que su perfil resultaba atractivo para todos los machos que buscaban a alguien como ella.

Su actitud genero una ola de despecho entre sus admiradores más fervientes, y en un arranque de ira todos juraron olvidar la existencia de aquella mujer que se había vuelto tan esquiva. Y desertaron masivamente de su lista de contactos.

Y la soledad invadió la vida de Ephila como nunca antes lo había hecho. Necesitaba de alguien a quien mostrarle el cuerpo voluptuoso que ostentaba, pese a tener cinco décadas de vida encima, y también contarle sobre las pequeñas cosas que dotaban de sentido a su existencia.

Pero ahora no había nadie al otro lado, y eso tan horrible como una pesadilla cualquiera; entonces se acordó del cubo que Zoltan le había regalado cuando se despidieron allá en la Luna.

Ephila extrajo el cubo de su bolso, y empezó a tocar, con las yemas de sus dedos, las facetas que conformaban el artefacto como si estuviera digitando un mensaje sobre el teclado de una computadora. Repitió la operación una y otra vez hasta que todas las palabras que componían aquel secreto conjuro fueron enviadas para invocar al amante que ahora necesitaba.

Y Zoltan acudió la cita franqueando realmente distancias siderales. Ahí estaba aquel magnifico macho sonriente y desnudo, de cuerpo atlético y verga erecta, dispuesto a darle todo el placer que ella quisiera, pues para eso lo había invocado.

Apenas lo vio, Ephila sintió que la esencia de mujer afloraba como la lava de un volcán en erupción, y se abalanzo sobre aquel cuerpo radiante y desnudo para que pudiera poseerla inmediatamente.

Zoltan la recibió, y el desnudo con habilidad y premura, en seguida ambos cuerpos se acoplaron, y cayeron sobre el suelo insonorizado poseídos por el gozo que les provocaba repetir aquel supremo gozo que había compartido allá arriba, en la Luna.

Y así continuaron, hasta que ella perdió la conciencia y pareció quedarse dormida entre los musculosos brazos de su amante que, en ese momento, dejo de serlo para convertirse en una bestia alienígena que no tardo mucho tiempo en digerir la carne de la infeliz mujer que había caído en su ardid.

Rubén Mesías Cornejo









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