martes, 1 de febrero de 2011

Editorial: Educación




Ad portas de elegir al nuevo Presidente de la República, el ambiente político peruano vuelve a animarse. Pero, como siempre, se anima como una juerga en una chingana de mala muerte. La novedad es que ahora los políticos tienen cuentas en Twitter y Facebook, pero les dan el uso de siempre: insultos, puyazos y mentiras. No se aprecia, ni se vislumbra, un debate de nivel. Así estamos, pues como dice el refrán, a tal señor, tal honor. El elector peruano tiene los políticos que se merece, también.
Es por eso que la EDUCACION no suele aparecer como tema principal en el ambiente político. Para unos, apenas consiste en construir más colegios o aumentar el sueldo a los profesores. Para otros, algo que debe privatizarse y que sea lo que Dios quiera. Para los menos, tenemos el mejor sistema educativo del mundo.
Por supuesto, lo anteriormente señalado es lo que dicen los políticos de boca para afuera. Por que, en su fuero interno, les interesa muy poco o nada la educación. Y menos, la educación pública.
¿Por qué afirmo esto? Obvio. El político peruano suele hacer de la política una carrera para ascender a lo que considera un mejor nivel de vida, un mejor status. Con ese mejor status, se compra casa, carro y educa a los hijos en colegio particular "de prestigio". Y si su nuevo status gira en torno al colegio particular... ¿qué interés puede tener en la educación pública? Y siguiendo la secuencia, ¿qué interés REAL puede tener un político en la salud pública o el transporte público, si nunca va a rebajarse a utilizar esos servicios? Como dijo una connotada congresista: "La seguridad social es para los que tengan que padecerla". Igual que la educación pública.
Con lo que volvemos a descubrir que vivimos en un mundo de ciencia ficción distópica, descrito en películas como Gattacca y similares. El clasismo en que vivimos va a perpetuarse.
¿Se puede cambiar la situación? ¿La ciencia ficción puede darnos una salida, una respuesta?
Además de los viajes espaciales o temporales, la ciencia ficción se ha ocupado también de la educación. Una de las historias más escalofriantes que existen (pese a su aparente jocosidad) es "Y enseñar locamente" de Lloyd Biggle Jr., en la cual la educación escolar se impartía mediante la televisión. Los exámenes habían sido reemplazados por índices de audiencia (ratings), a partir de los cuales se verificaba la marcha del sistema educativo. La filosofía era la siguiente: si el niño observa la televisión, algo aprenderá. El resultado era que los profesores debían recurrir a técnicas histriónicas para intentar captar la atención de los alumnos. Entretenerlos antes que educarlos. (tal parece que en Chile han comenzado a aplicar esta teoría). Más melancólica (y completamente desesperanzadora) era la visión de Robert F. Young en "Treinta días tenía setiembre", en la cual la televisión también ha invadido los predios de la educación y cumple bien su función educativa... con la salvedad de que esta consiste en convertir al educando en un buen y eficiente consumidor, actualizando el automóvil cada año y que no tiene por qué extrañar cosas tan inútiles como los libros y los maestros, reemplazados por robots primero, luego por animadores de televisión. Así, en lugar de ciudadanos, obtenemos felices... emprendedores.
Las visiones mencionadas son y no son lo que parece ser el porvenir de la educación peruana. O bien un trasto inútil, o bien un adoctrinamiento para prosumidores, emprendedores, aspiracionales o el término que se ponga de moda. ¿Formar ciudadanos, buenas personas, gente con pensamiento crítico? Lo dudo. Lo que hacen falta son ingenieros, no filósofos.
Una gota de esperanza la pone David Brin en El cartero. La civilización - norteamericana, por cierto - ha caído, y los restos de población subsisten como pueden. No hay nada parecido a un sistema de enseñanza, ni interés por parte de los adultos o de los niños por la "educación". Sin embargo, el cartero del título logra hacer creer a la gente que la civilización ha sido restaurada... y esta argucia trae como consecuencia, entre otros cambios, un renovado interés por la educación, por la enseñanza de artes a punto de olvidarse, como la lectura. Lo interesante de la novela es que tanto los adultos como los menores manifiestan un gran interés en la creación de nuevas "escuelas". Al volver a sentirse parte de algo más trascendente que su entorno inmediato, entienden que la educación es la clave para vincularse mejor unos con otros. La buena educación no jerarquiza ni margina: une.
Tal vez esa sea la clave para la educación peruana de la siguiente década, no una institución dejada a su suerte o manipulada por intereses espureos, sino un punto de encuentro del escolar con la cultura que somos, donde el conocimiento vincule a la familia con el colegio y el resto de la sociedad.
Un lugar en el cual el maestro de escuela, hoy en día tenido como el profesional menos apreciado en el ranking de "emprendedores" , sea reconocido como lo que realmente es: el primer intelectual con quien nos encontramos en nuestras vidas, el que nos enseña a ser humanos. Nuestra sociedad sostiene que en la cúspide de la intelectualidad se encuentra el catedrático universitario. Puede ser para el caso del conocimiento especializado (que suena mejor que eso de "educación superior").
Pero eso debe cambiar: a nivel global, es el maestro de escuela quien debe ocupar el primer lugar en cuanto a consideración y apoyo, dado que el impacto de su desempeño marcará por el resto de su vida a los estudiantes que estén bajo su influencia. Gracias al maestro de escuela, entendemos la cultura como algo propio, cotidiano, de andar por casa, como dicen en otros lugares.
¿Cómo sería el mejor colegio, público o privado? Uno en el cual los alumnos, como jugando, intercambien libros. ¿Y el peor colegio? Aquel cuyos egresados se pregunten ¿en tu colegio había cholos?


Daniel Salvo, febrero 2011

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