sábado, 1 de mayo de 2010

Editorial: Cuidado con los niños





Durante la tercera semana de abril de 2010, el Perú fue notificado a través de los medios noticiosos, de un hecho terrible: dos hermanos, de 10 y 8 años, mataron a golpes a otro menor que estudiaba en su mismo centro de estudios. El móvil serían los celos que sentirían los hermanos respecto a la víctima, por ser el alumno más destacado de la clase.


Es triste comprobar, ante casos así, cómo algunas de las pesadillas imaginadas desde la ciencia ficción se pueden cumplir en la realidad. En novelas como Furia feroz o El señor de las moscas, podemos ver un atisbo del callejón sin salida a donde nos pueden llevar las manipulaciones que efectuamos sobre nuestros hijos: una sociedad distópica cuyos miembros adultos rijan sus vidas según las Leyes de mercado de Richard Morgan, donde el asesinato está permitido por las leyes, siempre y cuando lo justifique un motivo socialmente aceptado, como puede serlo la búsqueda de un aumento de sueldo.


Son bastantes las imágenes que nos ofrece la ciencia ficción respecto al mundo de los niños. Desde la infancia feliz de No más duendes de Ben Bova y Gordon R. Dickson a las bucólicas memorias rurales de El vino del estío de Ray Bradbury. O las manifiestas alteraciones del desarrollo infantil, convirtiendo a los menores en militares en El juego de Ender de Orson Scott Card, o en simpáticos sinvergüenzas como Los Stone de Robert A. Heinlein. Las niñas también están, aunque las imágenes de las mismas no suelen ser entrañables. Otra vez Heinlein nos regala a la rebelde (pero en el fondo conservadora) Podkayne de Hija de Marte, que sin embargo no le llega ni a los talones (en antipatía) a la Arcadia Darell de Segunda Fundación de Isaac Asimov.


Como en estas ficciones, en la realidad, también los niños son, en buena cuenta, producto de lo que los adultos depositamos en ellos, aún a pesar de lo que serían las tendencias innatas producto del bagaje genético. Los niños siempre son responsabilidad de alguien más, ya sean sus padres o tutores. Los niños no aparecen por generación espontánea, y el mundo al que llegan es el mundo que les damos nosotros, los adultos. Aprenden el idioma de nosotros. Aprenden a leer con los libros que les damos. Miran la televisión que producimos. Aprenden a conducirse imitando lo que ven hacer a otros. Eso es la socialización.


Si seguimos empeñados en construir una sociedad distópica, en la cual se admira a las autoridades "que roban pero hacen obra" (como si ejecutar obras en favor de la comunidad no fuera la obligación de ministros, alcaldes y otras autoridades), no nos extrañemos por la aparición de niños que, tal vez siguiendo ejemplos paternos, puedan pensar que el matar a un compañero que pueda opacarlos en el futuro sea una opción válida de comportamiento.


Total, sólo son niños. Ya aprenderán a hacer las cosas mejor.



Daniel Salvo

mayo de 2010

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